La Gratitud
Pensamos que la gratitud es dar las gracias con palabras o hechos para corresponder a la amabilidad de alguien. A mí se me educó para dar siempre las gracias aunque no estuviera realmente agradecido. La gratitud puede transformarse en una respuesta automática a cualquier situación que nos beneficie, y solemos expresarla sin darnos cuenta de sus muchos beneficios. Igual que la celebración del día de Acción de Gracias, la expresión del agradecimiento puede hacerse tan protocolaria que llega a perder su verdadero sentido. Del mismo modo en que el «¿Cómo estás?» no es una pregunta sino un saludo, el «Gracias» puede convertirse en sólo una manera simpática de dar por acabado un encuentro o una conversación.
¿Qué regalos nos ofrece la gratitud cuando la expresamos? Una antigua enseñanza espiritual dice que «dar y recibir son lo mismo». Si es así, ¿de qué sirve dar las gracias? En primer lugar, la gratitud tiene enormes poderes regeneradores. Hace mucho tiempo descubrí que agradecer lo que tenía me servía para superar el sentimiento de autocompasión. Mi gratitud hacia otras personas siempre aumentaba mi felicidad. Cada vez que me sentía poco apreciado, hacía un recuento de todas las cosas maravillosas que me habían ocurrido recientemente y me volvía la alegría. Agradecer lo que tengo es también una eficaz manera de liberarme de una sensación de pérdida. Cuando soy consciente de todo el amor que recibo, puedo olvidar rápidamente mis problemas. La gratitud es una excelente manera de dejar de concentrarme en las situaciones negativas y fijar mi atención en lo que está bien. Ya sea que dé las gracias a mi Fuente Divina o a mis amigos, el simple hecho de ser consciente de lo que recibo y de expresar mi gratitud de un modo activo, me produce el deseado estado de alegría.
Lo segundo que comprobé acerca de ser agradecido fue que podía extender hacia atrás mi alegría presente, pensando con gratitud en personas y acontecimientos de mi pasado. Eso siempre me hace sonreír, y se me inunda de alegría el corazón cuando recuerdo con cariño a mis fabulosos amigos y los buenos ratos que hemos pasado. Con los años he observado que cuanta más gratitud siento por el pasado, más feliz soy en el presente. Llegar a un estado de alegría con la gratitud me resulta fácil cuando pienso en recuerdos agradables, pero no excluyo de mi gratitud los recuerdos desagradables. Sentirnos agradecidos por aquellas personas que pensamos que nos han hecho daño puede ser más difícil, pero es un modo muy eficaz de sanar el pasado. A eso yo lo llamo «gratitud incondicional». Significa que damos las gracias a todo el mundo, al margen de si pensamos que se lo merecen o no.
Lo que a mí me da resultado es recordar sólo las cosas buenas de cada persona y dejar de lado los otros pensamientos. Siempre logro encontrar algo que agradecer sinceramente de cada persona. A veces incluso he comenzado con la idea de que por lo menos esas personas ya no están en mi vida. Después olvido mis deseos y expectativas sobre cómo deberían haber actuado y trato de pensar en alguna buena cualidad que poseen. Aunque sea pequeña, insisto en ese pensamiento y desecho los otros recuerdos. Una vez, por ejemplo, comencé con la idea de que cuando almorzaba con esa persona, siempre íbamos a un lugar agradable. Diariamente traigo a mi mente a la persona elegida y trato de añadirle otra buena cualidad. Si ese día no logro ver en ella ninguna nueva cualidad, vuelvo a una vieja. Hago esto hasta que logro pensar en esa persona sin disgusto o sin el deseo de evitarla. Antes de darme cuenta, comienza a suceder algo sorprendente.
Al principio tal vez me cueste encontrar algo que agradecerle, por pequeño que sea, pero al perseverar en el intento aparecen poco a poco buenas cualidades. Puede que no sean el tipo de cualidades que a mí me gustan, pero tal vez gusten a otra persona. Si continúo buscando buenas cualidades, al cabo de un tiempo comienzo a ver de qué modo otras personas de mi pasado me beneficiaron. Tal vez no trataron de ayudarme, pero mi gratitud abre mi visión hasta un punto en que logro ver que me hicieron un verdadero regalo espiritual. Un verdadero regalo espiritual es algo que aumenta mi conciencia de mi verdadera naturaleza espiritual. No pasa nada si nunca llegamos a ese punto en que vemos que esas personas nos han ayudado de un modo humano o mundano. No pasa nada si esas personas jamás cambian de una forma que aprobemos. Es importante ser sincero en los sentimientos y no suprimir viejas heridas o fingir que todo está bien si no lo está.
Para ver el regalo espiritual, dejo de lado mis ideas de cómo quiero que sean las cosas. Me va bien hacerme preguntas de este estilo: «¿Cómo me ayudó esta persona a tomar más conciencia de mi naturaleza espiritual?», «¿De qué forma sus actos me condujeron o empujaron en una determinada dirección que favoreció mi crecimiento espiritual?», «Aunque sus actos me parecieran perjudiciales para mi yo humano y físico, ¿de qué manera contribuyeron a favorecer y apoyar a mi yo espiritual?». Como puedes ver, estas preguntas son difíciles. Puede haber el deseo de mantener a otra persona encerrada en una red de acusación y culpa. Al principio quizá te parezca que expresar una gratitud incondicional en esas situaciones es como «liberar» a personas que nos caen mal. Puedo asegurarte, por propia experiencia, que somos nosotros quienes nos liberamos. La gratitud, como su hermano el perdón, libera en primer lugar a quien la expresa. La gratitud nos libera de nuestra prisión auto impuesta de odio y deseo de venganza. Lo que consideramos agravios del pasado son las rejas de nuestra prisión. La gratitud incondicional hace que esas rejas desaparezcan. El odio no sólo nos aprisiona en una pequeña celda de auto-compasión, sino que también nos separa de aquellas personas que desean aportar amor a nuestra vida. (El odio incluye desde la rabia hasta un deseo aparentemente inocente de evitar a alguien.) Nuestro pasado, liberado por la gratitud, libera a nuestro presente para que sea tal como podría ser.
Por último, el regalo más maravilloso que nos ofrece la gratitud incondicional es la claridad y la clarividencia. Al expresar una gratitud incondicional, comienzo a ver que todo está aquí para bendecirme. La verdad es que no sé explicar cómo sucede esto. Simplemente sucede. No tiene ningún sentido si lo consideramos desde el punto de vista de nuestros procesos de pensamiento mundano. Sólo el acto real en el que se expresa una gratitud incondicional produce el fantástico resultado de ver con claridad. Al continuar extendiendo mi gratitud a todas las personas de mi pasado y mi presente, comienzo a ver que todo lo que me rodea está en verdadera armonía. Comienzo a ver que lo que consideré perjudicial e injusto, en realidad no era así; verlo de ese modo fue una mala interpretación por mi parte, un juicio erróneo basado en mi percepción, que tiene un alcance muy limitado.
Por lo visto la percepción humana no es muy potente. Procede de nuestro limitado concepto de nosotros mismos. Desde este punto de vista, el de la perspectiva de unos seres limitados y desconectados, vemos un mundo plagado de peligros y sufrimientos. Si nos negamos a actuar según esta percepción, y en lugar de ello deseamos ver lo que está ocurriendo en nuestra vida espiritual, tenemos una visión totalmente diferente. Empezamos a ver las relaciones de interconexión e intersustentación de la realidad. Comenzamos a ver la danza espiritual a la que cada uno se dedica. Es importante no tratar de descubrir cuál es la danza, sino simplemente dejar que se nos revele y entonces movernos al compás. La gratitud incondicional no pretende controlar la situación; lo que hace es liberarnos del estrés y el sufrimiento; reemplaza nuestra frustración por la paz, la alegría y la felicidad que son nuestras por naturaleza.
Lee Coit
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